Con su bolsa negra,
camina entre risas y juegos,
sorteando castillos de arena,
madres al sol, padres ajenos,
siempre sonriente,
tranquila y decidida.
Le enfurece el desecho,
papeles grasientos,
contenedores rebosantes,
tristeza de una playa herida.
Ama a quienes la cuidan,
quienes entienden su esencia,
quienes respetan la tierra.
Sueña con un mundo limpio,
donde la educación sea la clave,
donde el amor a la naturaleza
rompa cadenas de egoísmo.
Hija del mar y del bosque,
su corazón late al ritmo del viento.
Una mañana se despertó,
dijo NO y el cambio comenzó,
una revolución silenciosa,
un acto de amor sin retorno,
recolectando plásticos,
colillas,
mientras el mar susurra su nombre.
Entre las rocas de La Isla,
su figura se disuelve,
pero su esencia perdura,
como el dulce sonido de una dulzaina,
que se eleva,
confundido con las olas,
esperando ser escuchado,
esperando un mundo que despierte.