lunes, 10 de enero de 2022

UNA TARDE EN IKEA

 


Pasaba bastante tiempo con mi perro y no necesitaba más compañía, la elocuencia del silencio y un ligero gruñido me resultaban suficientes. No tengo muchas luces en en el jardín pero ahora no me canso de contar estrellas que me iluminan por la noche. Puede que desde alguna de ella Thor me esté mirando y cuidando  No es que sea grande, es pequeño pero desde el borde  puedo contemplar el horizonte del mar hasta donde me alcanza la vista. No necesito verjas en las ventanas porque estoy rodeado de gente buena. Tengo cubiertas las necesidades básicas y estoy seguro de que mi bienestar no aumentaría con más cosas. De vez en cuando pongo a prueba mi grado de satisfacción personal y me acerco a IKEA con la idea preconcebida de realizar una compra determinada, alguna silla que se me ha roto, algunos platos para completar la vajilla o una alfombra para el baño. Hago el recorrido siguiendo las flechas que la mercadotecnia ha trazado para provocar el deseo . Avanzo entre alfombras, cojines, suntuosas librerias, llamativos sofás haciendo distinción entre la ilusión pasajera y la verdadera necesidad. Bajo a la segunda planta y continúo mi travesía sin detenerme entre lámparas, relojes, flores, jarrones, cuadros y sartenes que me susurran al oido como a Ulises susrraban las sirenas y atado al palo mayor de mi equilibrio vital alcanzo, al fin, la última singladura . Abono a la amable cajera la única cosa que me trajo al sagrado templo del consumo , una vela de color azul para colocar sobre la chimenea.

EL FASTUOSO RUIDO ENSORDECEDOR DE LA MUERTE

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