En la plaza
resuena el eco de gritos,
manos
alzadas, corazones heridos,
la Policía,
con garra y sin piedad,
apalea la
paz, ahoga la verdad.
Los llaman
etarras, en un giro cruel,
mientras un
político sueña con fuego y con hacha,
promesas de
terror en un aire helador,
la rabia se
cierne, la razón se despacha.
Alguien
decide quién entra en su patria,
mientras
otro canalla bombardea sin duelo,
en Gaza el
llanto se mezcla con el polvo,
masacres que
el tiempo convierte en fango.
Preside en
su trono la paz de los cementerios,
pinta un
mundo gris, lleno de misterios,
y nosotros,
dormidos, en la zona de confort,
mientras el
horror se convierte en soporte.
Noticias
falsas que danzan en la prensa,
escándalos
que brotan en danza intensa,
miles caen,
ahogados en mares de lágrimas,
y el aplauso
resuena, sin miedo ni quebranto.
Normalizamos
el horror, lo hacemos cotidiano,
la banalidad
del mal se vuelve en el entorno,
en la
tertulia afirman: "Es solo un calentón",
mientras el
mundo se quiebra en una canción.
Cuando lo
impensable se viste de paz,
ya no se
necesitan tanques, ni paredones,
es la
distopía que nos abraza y nos ciega,
en un ciclo
de indiferencia que nunca se niega.
Horrorizados
deberíamos estar,
pero el
sueño persiste, nos invita al silencio
y en el eco
del horror, en la sombra del mal,
nos queda el
reflejo de un mundo anormal.