miércoles, 23 de diciembre de 2020

KATAKROOOKKKKK

 


En esta ocasión burlé a la pandemia para salir de casa, abri las compuertas a la imaginación y retrocedí en el tiempo y traspasé el limite en minutos y kilómetros, algo, por otra parte, que poco esfuerzo requiere cuando la bicilceta lleva motor y éste no consiste en piernas. Así que en una curva de la caleya hormigonada convertida en torrente por las lluvias de los últimos días di con mis huesos en el duro suelo, con la cabeza protegida por el casco en la dura piedra y con mis posaderas en la gélida agua de la torrentera , con los ojos fijos en el árbol roto por el rayo y xcon mis oídos atentos al cuarto movimiento de la novena que sonaba entre las zarzas. Me refugié en principio en el bálsamo de la risa y en los cuatro minutos siguientes varios pensamientos abarcaron treinta años de apretada literatura... Tuve la ocasión de rememorar todos los viajes mochileros, vi todos los rincones del mundo desde todos los angulos , trate de razonar,me asombre de no haber entendido hasta ese momento que debía de estar un poco loco. Y súbitamente comprendí mi peligro, me había dejado convencer por el delirio de un joven y sentí un confuso malestar que trate de atribuir a la frialdad del agua que discurría bajo mi cuerpo. En ese instante todos los hechos ocuparon un solo instante , todo fue simultaneo, vi lo profundo de una habitación de un hospital, escuche la voz de mi madre hablándome de la nieve, mucho sojos me miraban fijos como en un espejo, escuche la voz de una mujer que nunca olvide, allí estaban al mismo tiempo mis padres, los hijos de mis padres todos ellos con sus esposas , los hijos de los hijos de mis mis padres, vi mi dormitorio vacio, vi un hilillo de mi sangre que circulaba serpenteando entre hormigas. Acerté a levantarme y corrí con lo que me quedaba de fuerza y de bicicleta porque el dolor no se manifiesta en caliente, necesita el frio para poner las cosas en sus sitio. Y aun sigo magullado en medio del confinamiento.

EL FASTUOSO RUIDO ENSORDECEDOR DE LA MUERTE

  Conocí a Radi en la embajada de Jordania en Madrid. Era un beduino alto y fornido que inspiraba confianza con su rostro siempre sonriente ...