Se me antojan algo espurios estos gamos. Me explico. Allá por los cincuenta se traen de las zonas bajas de Andalucía y Extremadura donde pastaban apaciblemente por cómodas llosas para repoblar y diversificar la fauna de nuestros montes. No se que motivo les ha llevado a enriscarse en las zonas más altas y de más complicado acceso para poder contemplarlos. Y digo que no es para pegarles un tiro que no, no es mi afición, ni tengo licencia para la crueldad. Tan solo pretendo asemellarlos con la videocámara que es la manera más delicada que tengo para mis prácticas cleptomaniáticas (vaya palabreja que me ha salido) de la naturaleza. Que afán de alterar el ecosistema con estos bichos. El caso es que muy de mañana dejamos Carmen y yo el coche aparcado de cualquier manera en el Fito y sin grande pretensiones iniciamos la caminata a través de los pinares que jalonan la senda hasta la majada de Bustacu. Esperaba que en dicho tramo que discurre cresteando la sierra del Sueve veríamos algún paleto. No fué el caso pero si disfrutamos de un esplendoroso amanecer sobre los Picos por el lado izquierdo mientras con el rabillo del ojo atisbábanmos por la derecha con las primeras luces la costa Colunguesa. Asi que no quedo otro remedio que encaramarnos en el Pienzu y descender media ladera por la cara norte para alli si, alli fotografiar los buscados animales. Todo iba bien hasta que un terminator de la naturaleza a caballo de su trialera atronó el silencio del tejedal espantando todo bicho viviente. Menos mal que las piezas ya estaban cobradas en el disco duro de mi Canon Legria. Peor les fue a los excursionistas del Centro de Interpretación que no les quedó otra que el olor a gasolina quemada. A duras penas bajamos por Son de Miguel y Cordovana, repostamos en casa de Pilar y abusamos de la amabilidad de Maira para que nos hiciese en su auto el último tramo de la ruta. Se come muy bien en Lismar pero ya habían apagado los fogones y tuvimos que conformarnos con unos guisantes con jamón de la Carretilla que hacen un apaño.
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