En la senda
angosta avanza el todoterreno,
un Suzuki pequeño, firme en su andar,
con habilidad pedaleo, esquivando el veneno
de miradas severas que acechan en el umbral.
Chalecos de
butano surgen de la espesura,
mientras coches de lujo despliegan su poder,
rostros implacables, buscando la presa
de un bosque que respira, aguardando el atardecer.
Los perros
ladran, arrastran su destino,
babean y gruñen, el miedo en sus ojos,
se siente la tensión en el aire acerado,
un hombre con escopeta me invita a marchar.
La carretera
cortada, un desfile de acero,
Ford, Toyota, Isuzu, espejos de avaricia,
más chalecos camuflados, un futuro incierto,
la caza se celebra, codicia maldita .
Un venado
yace, su vida se extingue,
sus ojos reflejan la lucha sin par,
en la danza de la muerte, la vida herida,
el eco de risas, el triunfo del mal.
Entre puros
humeantes, se alzan los brindis,
el líder sonríe, orgullo en su pecho,
la cornamenta brilla, un trofeo de infinidad,
mientras en la mansión, el eco de un disparo.
¡Qué grande
eres, papi!, exclaman los pequeños,
sin saber del sacrificio, de la vida en la balanza,
el bosque guarda secretos, juguetes rotos,
y el ciclo de la vida danza sin cesar.