Me
despierta el sonido de la radio de mi
mesita de noche. No ha amanecido todavía y los petirrojos ya han comenzado
a hacer sus nidos en los arbustos del
jardín ; su incesante canto me ameniza el desayuno , una taza de humeante café
, una tostada con mantequilla y mermelada de naranja de La Isla, esquisitez culinaria de mi sobrina Luci ; por desgracia ya solo me queda un tarro . Mientras disfruto del almuerzo voy introduciendo
en la alforja el material necesario para la práctica de una de mis aficiones favoritas de jubilado, la observación y seguimiento de
aves: cámara de fotos, prismáticos , cuaderno de campo y un lápiz de Ikea para
tomar notas y hacer dibujos ya que mi memoria empieza a hacer aguas. Parece que vamos a
disfrutar de una espléndida mañana de primavera. En esta época y a primeras horas
del día es cuando las aves despliegan mayor actividad por lo que conviene madrugar
si se quiere aprovechar al máximo esta circunstancia.
En la
charca la garza real permanece inmóvil, en el mismo sitio que la deje ayer; con sus largas patas hundidas en el fango y sus ojos atentos al más leve movimiento que se produzca en el agua. La pequeña cigüeñuela,
más activa , pasea eshibiendo su blanco plumaje de un lado a otro del chancal. El resto de
los limícolas, patos , pollas de agua y pequeñas aves acuáticas acompañan el
amanecer con un coro incesante de trinos.
Tomo el sendero que asciende con suavidad el cueto para continuar en
pronunciado descenso en dirección al humedal. Saludo a las plantas, a los
arboles por su nombre. No estoy seguro de si he cerrado la puerta con llave por
lo que desando el todavía corto camino recorrido para cerciorarme y así quitarme de encima una rara sensación de desasosiego que me ha invadido repentinamente . Hace un tiempo apacible,
templado y luminoso, en el cielo no se advierte casi ni una nube. Solamente
algunos nubarrones negros a los lejos, muy a lo lejos y en el mar me hacen
sentir algún mal presagio.Al acercarme de nuevo a la casa , que raro, veo que están todas las luces encendidas. Que yo recuerde solamente había necesitado iluminar el cuarto de aseo por ser éste interior y nadie ha podido haber entrado puesto que la puerta estoy seguro que la he dejado bien cerrada con dos vueltas a la llave. Habrá sido alguna avería o puede ser que yo mismo las hubiese encendido y no me acuerde.... ¿Pero todas?
Sin darle más importancia al asunto llego por fin a la charca. Parece que alguien más ha madrugado y ha tenido la idea de venir a este mismo lugar. Pero su intención no es solamente observar. Veo que viene armado de una escopeta cargada de mortíferos instintos. Es un hombre de
mediana estatura y de constitución fuerte_ Su aspecto, sus rasgos y su forma de
caminar son vulgares: viste chaqueta y pantalón de camuflaje y cubre su enorme
cabeza con un sombrero verde de aguas que apenas deja ver unos ojos duros y fríos.
Se detiene un momento y mira a su alrededor en busca de un lugar adecuado desde el
que dominar todo el estanque. . Lleva maquinalmente la mano al gatillo y
desactiva el seguro del arma. Al fin encuentra acomodo detrás de un matorral y aposta la escopeta sobre una piedra. Se ha acercado sigiloso y parece que ningún habitante
de la charca ha notado su presencia ya que la algarabía de cantos no solo no ha cesado sino que ahora se escucha con mayor intensidad. Así, el intruso
permanece acechante.
Me
encamino hacia el otro extremo del humedal en silencio, a pasos muy lentos, sin
hacer movimientos bruscos para evitar molestar a las aves en sus ocupaciones de
temporada. Voy vestido con ropa de abrigo de colores neutros que me confunden
con el entorno. Cuando considero que la distancia es la adecuada para fijar mi puesto de observación, sin advertir la presencia a apenas cincuenta metros del
furtivo, despliego el trípode y monto la cámara sobre el , acoplo el teleobjetivo y
la enciendo en modo de espera. Me parece que tampoco él se ha percatado de mi llegada.
Intento no hacer ruido moviéndome lo menos posible y pacientemente aguardo a que la garza real, escondida ahora entre altas hierbas, se mueva
hacia una posición más visible. Los primeros rayos del sol van iluminando el
pequeño bosque encharcado. Ya podemos ver la cabeza verde y cuello plateado de
un pato azulón y algún que otro correlimos hunden su largo pico en el fango en
busca de alguna lombriz. Comienza la vida en la marisma ajena al objetivo de mi
cámara y al punto de mira de la siniestra carabina.
Han transcurrido ya unos veinte minutos , las aves comienzan a moverse inquietas pero ahora sus cánticos van languideciendo. Los negros
nubarrones van acercándose a la costa de forma
un tanto inesperada, y poco a poco la sombra que producen va atenua la claridad de la mañana .
Al fin
la garza se ha movido. Lenta, muy lentamente camina hundiendo con
extremada delicadeza sus largas patas en el fango hasta situarse
en el centro de la ciénaga. Ajena a nuestra presencia ya se encuentra enfocada por el objetivo de mi cámara y fijada en el punto de
mira del rifle asesino. Esbelta y elegante con su plumaje gris y sus 160
ctms de envergadura posa junto a una mata de calas blancas. No parece inquieta ni se siente amenazada; no imagina un destino disecada en la sala de trofeos de
un perverso depredador o inmortalizada en el álbum de fotos de un amante de la
naturaleza.
En aquel mismo momento un extraordinario fenómeno tiene lugar sobre nuestras cabezas. La intensa y
cegadora luz y el insoportable zumbido de un gigantesco disco ilumina y ensordece el pantano durante escasos segundos,
los suficientes para que los pájaros, histéricos y asustados por el extraordinario
resplandor, alcen el vuelo despavoridos .Cuando suena el click del obturador y el
estampido de un disparo el objeto brillante se eleva vertiginosamente
y desaparece en el cielo dejándome paralizado por el pánico y ciego por unos instantes . El cazador, aterrorizado, arroja la escopeta al fango y pone tierra de por
medio sin volver la vista atrás
Algunos años después, saboreando un té con limón
en la terraza de la terminal de la estacion interestelar de Cercedilla de la Fresna, le contaba a mi nieto como había sido el primer avistamiento de aquellos
singulares seres que le habían contratado para pilotar una de sus aeronaves. En
el cielo del atardecer tres garzas volaban libres y majestuosas.
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