A fe
mia que pasaban de seis los cocineros y cocineras que en la escasa estancia
albergadora de grandes fogones trajinaban la fabada alrededor de la gran olla para
la que, a pesar de mi ansiedad, no me atreví
a mendigar licencia de mojar algún que otro mendrugo de pan. Mas tarde descubri que la escena era engañosa pues ya se había
encargado la buena de María Jesus de cocinar en su casa el tradicional cocido
asturianu, ya replado y todo, y del que solo faltaba calentar y distribuir
entre los más de cincuenta comensales que ajustadas las servilletas y aflojados
los cinturones, blandían amenazantes cuchara s,
tenedores y cuchillos dispuestos a la fartura. La faba, pura manteca se
fundía en la boca; La morcilla, retadora al paladar; chorizo, lacón y demás
ingredientes animaban el compango;, copioso el vino y la omnipresente sidra que
no podía faltar al festín. De un plumazo quedó borrada del recuerdo gustativo la infausta paella de la última comilona. Por
la ventana el Sueve vestía de blanco la tarde gélida y gris haciendo más
confortable el calor de la Escuelina. Por lo demás y en lo que a mi se refiere,
impertérriro engullí dos platos de los
hondos de la rica legumbre acompañados de sendas raciones de compango,
finiquitando con arroz con leche en la misma proporción. El resto de la tarde
ya os podeis imaginar como aconteció.
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