..y continuó lloviendo una noche y una mañana y la tarde del día siguiente y una noche y otra mañana y parecía que no iba a escampar nunca cuando los pájaros no salían de sus nidos y los peces nadaban por el ramal.... Y yo seguí pintando sillas, cambiando muebles, reparando tuberías y volví a leer algún capítulo del Quijote y aprendí algún rasgueo, arpegio y acordes nuevos de la guitarra.... Y la lluvia ya era tan pertinaz y torrencial que las calles se convirtieron en ríos y las plazas en lagos...... y ya los mirlos empezaban a cambiar escamas por plumas y a los más pequeños les crecían las membranas entre sus dedos y como el mar no daba a basto con el agua de los rios tuvieron que ensanchar los océanos arrebatando tierras a los desiertos. Y yo terminé de releer el Quijote, repasé el árbol genealógico de los Buendia y hasta aprendi a hacer punto de cruz. Así fuí tejiendo jerseys y chaquetitas de punto para el invierno que regalé a mis nietos. Y el cielo ya no volvió a ser azul, ni tampoco gris, pues las nubes, digo yo, que de tantos rayos se habían vuelto del color de la antracita......
Y llovió una semana, dos dias y algunas horas. Demasiadas para que la ociosidad obligada por la inclemencia de la tormenta convocada quien sabe por quien me hiciese coger algun sobrepeso hasta el punto que ya empezaba a tener dificultades para atarme los cordones de las zapatillas deportivas. Y en estas no cesaba de inventar nuevas fórmulas para distraer mi tedio aprovechando hasta el máximo los espacios reducidos de mis estancias para realizar los ejercicios físicos más inusitados, de fabricar malcuernas con unas viejas planchas de hierro herencia de mi madre que guardaba mi mujer como oro en paño, o de atar las gomas en los pomos de las puertas para realizar estiramientos musculares. Y, aunque ya había tenido la osadía de leer el Ulises de Joyce, volvi a releer algunos de sus farragosos capítulos pero esta vez utilizando un plano de Dublin 'para no perder de vista al señor Bloom en sus peregrinaciones por la ciudad.........
.La noticia de que una enorme explosión nocturna y alevosa había tenido lugar en el cajero de un banco de la villa sacudió la tranquilidad colunguesa y rebasó en pocas horas los límites del concejo. Hasta el punto de que unas horas después de suceder ya se comentaba en las dependencias del Centro médico de Ribadesella donde a la sazón me sometía a tratamiento de fisioterapia. Para entonces la inclemencia del tiempo, bien por la contundencia de la nueva noticia, bien por la persistencia de la lluvia había dejado ser tema de plática en los colmados. Y yo, encerrado en mi improvisado taller casero, dejaba que el facebook fuese mi relación con el resto del mundo, a la espera de que alguna albanción despejase mi soledad.