martes, 25 de noviembre de 2014

DESDE EL SILLIN DE MI BICI

Esta mañana salí a pasear en bici y vi la brillante cúpula de la iglesia emerger de entre los sauces, también vi a la garza imperial  planear imperiosa sobre un campo fértil de abundante hierba verde, vi una hoguera aun humeante, vi en la lejanía la silueta de una aldea, vi una formación de gansos en uve, vi las blancas estelas de dos aviones hacer una cruz en un cielo húmedo, vi perderse el rio en la espesura de unos alisios, vi, un minuto nada más, un alfombra de tierra roja bajo mis pies, vi la dulzura serena de unos ojos del color de las esmeraldas, vi acercarse a una botella de cerveza, vi un mar lleno de armonía de un coro submarino, vi a un hombre y a una mujer de la misma edad callados y sonrientes, vi en la ciudad un reloj que dió la hora tañendo una campana, vi a un pañuelo decir adiós en la terminal del bus, vi, desde un puente romano,  un monton de peces plateados que brillaban en el agua, vi la niebla extenderse densa, vi una humedad que me impregnaba la ropa,vi a una bandada de estorninos oscurecer el sol sobre mi cabeza, vi el infinto cielo azul que empezaba a emcapotarse, vi el deseo de perderme en un bosque de castaños, vi reirse a las gaviotas de un pescador furtivo, vi  erizos abandonados de su fruto, vi la ventana desde donde mi vista me mira, vi una cortina de flores blancas y moradas, vi desesperado el barco alejándose del muelle, vi  caminos sembrados de hojas amarillas,  ví una garceta blanca a lomos de una vaca  negra , vi dos palmeras en la decadente quinta del indiano, vi en el lago el cielo y en el cielo el mar, todas y  más cosas vi cuyo relato sería inacabable  en esta mañana de finales de este invierno blanco, volví a ver la perfecta alineación de gansos con la uve apuntando en sentido contrario en el que antes las había visto, vi a un amigo de mi hijo de quien nunca conocí empleo, vi las rosas rojas de un jardín en el fondo del patio,vi el Gran Cañón del Colorado surcar el alcantarillón de la playa, vi a siete  niños alegres diciendome
 adiós desde el ventanal de la escuela, vi la blanca vela del barco esconderse tras el peñón, vi el tronco y las ramas de un árbol seco, vi el nido del picapinos desde el fondo del agujero, vi a un peregrino con un perro cruzar la esquina de la calle pegado a una mochila verde caminado, vi la viejas piedras muy conservadas de un templo prerománico, vi una luz y en la luz vi tu cara y tu no estabas, vi en la arena de la playa escrito el nombre de Jorge Luis Borges. 

jueves, 13 de noviembre de 2014

A MIS SESENTA Y NUEVE (con perdón) IGUAL SIGO DE GORDO

 Agradezco a la memoria su esquisita delicadeza a la hora de seleccionar mis recuerdos, eshuberante con lo buenos, indulgente con los malos y también a mi alma su manía de emocionarse con los primeros y de procurar el olvido de los segundos aunque de este equipaje nunca puedo ni debo olvidarme. Así que doy las gracias, no se a quien, de ser yo mismo el que descansa aquí sentado sobre el mojón SESENTA Y NUEVE de mi viaje a Itaca y aprovecho la ocasión para arreglar un pinchazo inoportuno de la trotona. Ya resta menos para llegar a la patria de Ulises, no me importa gran cosa, me preocuparía no poder hacer recuento del camino recorrido hasta este punto en el que me he detenido.¿Por qué me iba a importar? Nadie me espera por allí deshaciendo la mortaja por las noches .Solamente pido a no se quien, que lo que me resta de trayecto sea lo suficientemente largo para seguir disfrutando de las alegrías que la vida concede de forma gratuita. Así que voy a celebrarlo y que mejor manera que dándome un festín de mountain bike costeando la costa de La Isla a Morís y disfrutar de esta mañana esplédida de noviembre. Bueno, si la fuerza me acompaña......cha chaaaann......

lunes, 13 de octubre de 2014

MEMORIA DEL FUEGO. EDUARDO GALEANO

Han navegado mucha mar y tiempo y están hartos de calores, selvas y mosquitos. Cumplen, sin embargo, las instrucciones del rey: no se puede atacar a los indígenas sin requerir, antes, su sometiemiento. San Agustín autoriza la guerra contra los que abusan de su libertad, porque en su libertad peligrarían no siendo domados; pero bien dice san Isidoro que ninguna guerra es justa sin previa declaración. Antes de lanzarse sobre el oro, los granos de oro quizás grandes como huevos, el abogado Martín Fernández de Enciso lee con puntos y comas el ultimátum que el intérprete, a los tropezones, demorándose en la entrega, va traduciendo. Enciso habla en nombre del rey don Fernando y de la reina doña Juana, su hija, domadores de las gentes bárbaras. Hace saber a los indios del Sinú que Dios ha venido al mundo y ha dejado en su lugar a san Pedro, que san Pedro tiene por sucesor al Santo Padre y que el Santo Padre, Señor del Universo, ha hecho merced al rey de Castilla de toda la tierra de las Indias y de esta península. Los soldados se asan en las armaduras. Enciso, letra menuda y sílaba lenta, requiere a los indios que dejen estas tierras , pues no les pertenecen, y que si quieren quedarse a vivir aquí, paguen a Sus Altezas tributo en oro en señal de obediencia. El intérprete hace lo que puede. Los dos caciques escuchan, sentados, sin parpadear, al raro personaje que les anuncia que en caso de negativa o demora les hará la guerra, los convertirá en esclavos y también a sus mujeres y a sus hijos y como tales los venderá y dispondrá de ellos, y que las muertes y los daños de esa justa guerra no serán culpa de los españoles. Contestan los caciques, sin mirar a Enciso, que muy generoso con lo ajeno había sido el Santo Padre, que borracho debía estar cuando dispuso de lo que no era suyo, y que el rey de Castilla es un atrevido, porque viene a amenazar a quien no conoce. Entonces, corre la sangre. En lo sucesivo, el largo discurso se leerá en plena noche, sin intérprete y a media legua de las aldeas que serán asaltadas por sorpresa. Los indígenas, dormidos, no escucharán las palabras que los declaran culpables de los crímenes cometidos contra ellos. Eduardo Galeano - Memoria Del Fuego I. Los Nacimientos.

EL FASTUOSO RUIDO ENSORDECEDOR DE LA MUERTE

  Conocí a Radi en la embajada de Jordania en Madrid. Era un beduino alto y fornido que inspiraba confianza con su rostro siempre sonriente ...